1º. En primer lugar, es imprescindible una evaluación
psicopedagógica lo más completa posible. Por tanto,
deberían valorarse funciones cognitivas como el lenguaje, la
atención, la memoria, las habilidades visioespaciales, la
psicomotricidad y las funciones ejecutivas. Por su puesto, la
evaluación debería contemplar una valoración
exhaustiva de los procesos lectores que están afectados y los
que pudieran estar preservados.
2º. En segundo lugar, debería realizarse un tratamiento
personalizado para el alumno que estimulara aquellos aspectos
relacionados directa o indirectamente con la lectura que están
más deficitarios. Esta estimulación debe ser realizada
por especialistas y en situaciones individuales o de pequeño
grupo. Creo que un niño con trastorno de la lectura no se
recupera solamente con la atención recibida en el aula; sin una
estimulación específica, realizada por un especialista
(en la escuela preferentemente) no se garantiza la recuperación
o la mejora.
3º. En tercer lugar, se deben adoptar una serie de medidas de
apoyo y de adaptación en el aula, con el resto de los alumnos.
Un alumno con trastorno de la lectura tiene una dificultad especial
para acceder a la información escrita de los textos, de la
pizarra o de los enunciados de las actividades y exámenes, por
ejemplo. Por tanto, habrá que facilitarles, mientras dure el
trastorno, la posibilidad de acceder a la información por otros
canales que no sean sólo escritos y expresarse en otro formato
que no sea exclusivamente el de “lápiz y papel”. Por
su puesto, cada caso será particular de manera que las
adaptaciones, deben realizarse en función de las necesidades de
cada niño.
A diferencia de los demás niños “aprender a
leer” o al menos, utilizar la lectura como medio para acceder a
la información, debe convertirse en un objetivo prioritario en
el “curriculum particular” de los niños con
trastorno de la lectura.
Artículo obtenido de: Jesús Jarque García.