Las
rabietas son inevitables y aunque no sean perjudiciales no son plato de
gusto para ningún adulto. Antes de que estalle la tormenta,
tenga en cuenta la importancia de:
Escoger bien
sus batallas, que el tira y afloja con su hijo sea por algo que valga
la pena, no por un exceso de meticulosidad en su educación.
No aceptar pactos en temas que son innegociables, como
los relacionados con su seguridad, bienestar e integridad del
prójimo.
Dejarle
ejercer su derecho a elegir (un juego, una prenda de ropa, un cuento,
el orden de diversas actividades…) cuando sea posible. Esto le
ahorrará frustraciones y así el «tanque» no estará
lleno cuando llegue el momento de la explosión.
Reforzar el comportamiento correcto con elogios y su aprobación manifiesta.
Ayudar al
niño a expresar verbalmente el motivo de su enfado y consolarlo
con algunas palabras de aliento cuando recobre la calma.
Evitar las situaciones de riesgo como dejar que se canse en exceso, que no duerma lo que necesita y que no coma a sus horas.
En algunos
casos, si el niño está tan fuera de sí que se tira
contra el suelo o muebles y corre riego de lastimarse seriamente, una
buena opción es cogerlo en brazos e intentar calmarlo, porque es
posible que el primero en asustarse ante su propia reacción sea
él y no sepa cómo ponerle fin.
Mantener el sentido del humor. No reírse ante
su hijo pero si quizá a sus adentros ante los recursos
dramáticos que despliega. Puede parecer absurdo pero le
ayudará a relajarse ante uno de los momentos más tensos
que implica el cuidado del niño.